Mientras la fumata blanca anunciaba al mundo la elección del nuevo pontífice, en el Masters 1000 de Roma un curioso guiño del destino pasaba desapercibido. Robert Francis Prevost, ahora Papa León XIV, no solo hace historia como el primer estadounidense en dirigir la Iglesia Católica, sino que también trae al Vaticano una pasión inusual: el revés y el saque.
"Me considero un tenista aficionado", confesaba años atrás en una entrevista para el portal de la Orden de San Agustín. "Desde que salí de Perú, he tenido pocas ocasiones de practicar. Tengo muchas ganas de volver a la pista", añadía con la naturalidad de quien no imaginaba que algún día sus partidos quedarían definitivamente pospuestos por liderar a 1.400 millones de fieles.
La sincronía resultó casi poética. Mientras los cardenales deliberaban en la Capilla Sixtina, Fabio Fognini y Jacob Fearnley disputaban un partido en el Foro Itálico cuando la imagen del recién elegido pontífice apareció en las pantallas, provocando un momento de pausa contemplativa entre los espectadores.
En la sala de prensa vaticana, la tensión de la espera se rompió con un chiste premonitorio. "Jannik I", bromeó un periodista italiano sugiriendo al tenista Sinner como posible papa, sin saber que efectivamente un amante de su deporte estaba a punto de ser anunciado.
A sus 69 años, tras una década como obispo de Chiclayo y su reciente nombramiento como cardenal en 2023, es improbable que Leo XIV encuentre tiempo para empuñar una raqueta entre audiencias papales y encíclicas. Sin embargo, esta afición mundana humaniza al sucesor de Pedro, recordándonos que incluso quienes alcanzan las más altas responsabilidades espirituales comparten pasiones cotidianas con el resto de los mortales.
Quizás algún día, desde los jardines vaticanos, se escuche el inconfundible sonido de una pelota rebotando contra las cuerdas. Mientras tanto, el papa tenista deberá conformarse con seguir los torneos desde la Santa Sede.
