Santorini, el paraíso griego de postal, hoy es un espejismo vacío. Más de 13.000 habitantes han huido en aviones y ferris tras una serie de 10.000 temblores en dos semanas, reduciendo su población a apenas 2.000 almas en medio de hoteles cerrados y calles desiertas. Aunque no hay daños graves, el gobierno declaró estado de emergencia: "Es un fenómeno desconcertante, pero confiamos en la ciencia", afirmó el primer ministro Kyriakos Mitsotakis, mientras la tierra sigue retumbando bajo las aguas del Egeo.
El epicentro de este enjambre sísmico, el más intenso en décadas, se mueve hacia el norte, amenazando ahora a Amorgos, otra isla bajo alerta máxima. Los sensores detectan actividad "leve" cerca del volcán de Santorini —dormido desde 1950—, pero los expertos insisten: "No hay indicios de erupción. Son movimientos tectónicos, no magmáticos". Aun así, el fantasma de la erupción del 1620 a.C., que moldeó la icónica medialuna de la isla y desató un tsunami, planea en cada grieta.
¿Por qué tiembla tanto?
Santorini yace sobre el Arco Volcánico Helénico, una zona donde las placas africana y euroasiática chocan, atrapadas en un pulso milenario. Los sismos, aunque pequeños (la mayoría bajo magnitud 3), son tan frecuentes que los residentes comparan el suelo con "un colchón sacudido por un gigante". "Llevamos días sin dormir. Cada vibración nos recuerda que esto puede empeorar", confía María, una vecina que se resiste a abandonar su casa en Fira.
El peligro invisible:
Aunque solo el 5% de los enjambres sísmicos preceden a terremotos destructivos, la incertidumbre carcome. "Podría haber uno mayor, pero no sabemos cuándo ni dónde", admite un sismólogo del Instituto Geodinámico de Atenas. En Amorgos, donde ya hay réplicas de magnitud 5, la tensión crece: "Si Santorini fue el aviso, ¿seremos nosotros el golpe?", se pregunta un pescador local.
Entre el mito y la ciencia:
Mitsotakis pide calma, pero la historia pesa. En 2011, un enjambre similar duró 14 meses sin quiebres. Hoy, mientras los barcos siguen evacuando y los científicos monitorean cada vibración, Santorini se aferra a su belleza frágil. "Es como vivir sobre un gigante dormido que respira. Sabemos que despertará, pero no si será mañana o en mil años", susurra un geólogo, bajo la sombra del volcán que un día borró civilizaciones.