Los zombis nunca fueron metáforas sutiles. Desde sus primeras encarnaciones modernas, representan el consumismo, el caos colectivo y la descomposición social. Pero en Exterminio: La evolución, Danny Boyle no se molesta en disimularlo: lanza sus ideas con la fuerza de un ladrillo, dejando claro que, más que insinuar, quiere impactar.
A 23 años del estreno de Exterminio (2002), aquella icónica escena de Cillian Murphy caminando en bata por un desierto Westminster sigue siendo uno de los momentos más poderosos del cine de terror posmoderno. Ahora, Boyle y el guionista Alex Garland vuelven a sumergirse en el universo que ayudaron a redefinir, esta vez bajo el peso de nuevas preocupaciones: pospandemia, Brexit, nacionalismo y armas. Pero aunque la propuesta es ambiciosa, la ejecución insiste en fórmulas ya exploradas.
Un nuevo orden zombi
La película propone una sociedad británica postapocalíptica, aislada y regresiva. En la isla de Lindisfarne, se vive una especie de feudalismo terapéutico, donde los hombres cazan infectados como rito de paso y las mujeres entretienen con folclor y versiones corales de Delilah. Spike (Alfie Williams) y su padre Jamie (Aaron Taylor-Johnson) emprenden un viaje al continente tras el rastro del Dr. Kelson (Ralph Fiennes), único sobreviviente de un episodio viral anterior. La motivación: salvar a Isla (Jodie Comer), madre enferma y símbolo emocional de la historia.
Los infectados, lejos de ser uniformes, se diversifican: desde los “lentos-bajos” hasta los nuevos “alfas”, más veloces, fuertes y organizados. En paralelo, Boyle incorpora imágenes cargadas de simbolismo: sangre sobre los Teletubbies, banderas ardiendo, poesía imperialista y cine clásico de guerra. Nada es casual, pero todo es obvio.
Forma poderosa, fondo reiterativo
Visualmente, Boyle sigue siendo un director enérgico, con escenas que apelan al vértigo y una edición en staccato que acompaña bien al caos. Sin embargo, la repetición de recursos —zombis en visión térmica, remates tipo videojuego, montajes poéticos— empieza a restar fuerza a una propuesta que, aunque quiere evolucionar, a menudo se estanca en sí misma.
Lo más interesante ocurre cuando Exterminio: La evolución se permite abandonar el frenesí para explorar lo íntimo. Jodie Comer brilla como figura maternal, humana y vulnerable, otorgando al relato una inesperada carga emocional. Ralph Fiennes, por su parte, bordea el arquetipo del coronel Kurtz sin caer del todo en él, aportando matices a un personaje que podría haber sido un cliché.
El cierre anuncia más: Jack O’Connell aparece brevemente para introducir The Bone Temple, próxima entrega dirigida por Nia DaCosta, y todo apunta al regreso de Cillian Murphy.
¿Una nueva trilogía o más de lo mismo?
Exterminio: La evolución no es una película tímida ni sutil. Apuesta por lo grandilocuente y lo simbólico con todas sus armas, aunque a veces esas armas estén oxidadas. Sin embargo, la ambición está ahí: reinventar el género desde el contexto político y emocional contemporáneo.
La gran pregunta es si esta nueva trilogía podrá tener con los zombis de hoy el mismo impacto que tuvo con los de 2002. La metáfora ya no sorprende, pero quizás aún pueda mutar.