Celebramos. Criticamos. Compartimos consignas con fervor. Pero, ¿cuántas veces detenemos el aplauso o el rechazo para preguntar: ¿Esto es legal? ¿Es justo? ¿Responde a principios o solo a simpatías? La respuesta incómoda es que, con frecuencia, operamos desde la ignorancia política. Y esa ignorancia no es inocua; es el caldo de cultivo donde prosperan los abusos.
Tomemos un ejemplo concreto, vigente y dolorosamente relevante: la celebración de actos proselitistas fuera de los plazos legales. No es un tema de preferencias partidistas, es un asunto de ley clara. La Ley Electoral Dominicana (Ley 20-23, Orgánica del Régimen Electoral) establece en su Artículo 211:
"La campaña electoral solo podrá realizarse dentro de los plazos fijados oficialmente por la Junta Central Electoral."
Todo acto fuera de ese plazo, lo haga quien lo haga, no es "entusiasmo legítimo" ni "espontaneidad popular". Es, por definición legal, proselitismo indebido. Punto. Celebrarlo, solo porque beneficia "a nuestro lado", no es patriotismo; es complicidad con la violación de las reglas que nos dimos como sociedad.
He aquí la razón nuclear para estudiar política:
- Dejamos de ser espectadores emocionales para convertirnos en evaluadores críticos. El estudio político nos dota de las herramientas para distinguir entre la demagogia y la propuesta seria, entre el acto legítimo y la infracción. Transforma el "me gusta" o "no me gusta" en "es correcto" o "es ilegítimo".
- Desactivamos la manipulación.Cuando conocemos las reglas del juego (la Constitución, las leyes orgánicas, los procedimientos), es imposible que nos vendan infracciones como virtudes o violaciones como gestos heroicos. El conocimiento es un antídoto contra el engaño.
- Ejercer la ciudadanía se convierte en un acto de defensa civil. Votar deja de ser un ritual vacío. Es un acto consciente, precedido por la capacidad de analizar programas, exigir cuentas y reconocer cuándo un candidato o partido pisotea el marco legal que debería defender.
- Exigimos coherencia y construimos cultura de integridad.Al entender los principios que deben regir la cosa pública (igualdad, legalidad, transparencia), dejamos de aplicar varas de medir distintas según el color de la camiseta. La ilegalidad es repudiable siempre, sin atajos. Esto sienta las bases para una democracia más sana.
No estudiamos política para convertirnos en tecnócratas o en eternos candidatos. Lo hacemos porque, en una democracia, la ignorancia política del ciudadano es el lujo más peligroso que existe. Es la que permite que las trampas se normalicen, que los atajos se premien y que el "todo vale" se disfrace de pragmatismo.
Cuando ignoramos las reglas, inconscientemente aplaudimos las trampas. Nos convertimos en cómplices pasivos del deterioro institucional. Estudiar política, por el contrario, es un acto de amor cívico. Es la decisión de proteger el espacio público de la arbitrariedad, armados no con palos ni consignas vacías, sino con el conocimiento firme de nuestros derechos, nuestros deberes y las reglas que nos unen.
La próxima vez que veas un acto político, antes de aplaudir o silbar, pregúntate: ¿Esto respeta el marco que nos dimos? La respuesta honesta, basada en el conocimiento, es el primer paso hacia una República Dominicana donde la ley, y no la simulación, sea el verdadero motivo de celebración.