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Cuando el partido se sabotea a sí mismo

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El día en que el presidente de la República debía brillar con su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, proyectando la imagen del país y colocando en la agenda internacional temas estratégicos, la atención mediática se desvió hacia otro escenario: Santiago Hazim, alto dirigente del PRM y exdirector del Senasa, decidió salir a los medios acompañado de su abogado a defender su nombre.

La política tiene sus ironías. Mientras el mandatario intentaba consolidar su rol como estadista en el escenario más importante del mundo, un dirigente del mismo partido provocaba que la conversación pública se centrara en una disputa doméstica. Solo el PRM destruye al PRM.

La dignidad de Hazim no podía esperar un día más para ser defendida. Y eligió hacerlo precisamente cuando los reflectores debían estar sobre el jefe de Estado. El resultado fue un ruido mediático innecesario que terminó opacando la narrativa internacional que el Gobierno buscaba posicionar.

Más aún, en su defensa no se limitó a rechazar acusaciones: recordó al presidente que él tampoco tiene cómplices y que fue él mismo quien descubrió la mafia que se le atribuye a su gestión. Una declaración de esa magnitud no solo busca proteger su honra, sino también marcar distancias y enviar un mensaje interno, cargado de advertencias.

No es la oposición quien interrumpe la proyección internacional del Gobierno, es un miembro de sus propias filas. Eso refleja una constante: las mayores crisis del PRM no nacen de ataques externos, sino de pugnas internas, de egos y de luchas por sobrevivir en la narrativa pública.

El fuego amigo, más que la oposición, es el que erosiona la imagen de unidad. Lo vimos antes y lo volvemos a ver ahora: cuando el partido debería cerrar filas, surgen voces que compiten con el liderazgo del presidente, desviando la atención y desgastando el capital político.

El discurso del presidente en la ONU no era un acto ceremonial más; representaba la oportunidad de reforzar la imagen internacional del país en temas como democracia, seguridad, inversión y migración. Sin embargo, la noticia que ocupó titulares locales fue otra: un funcionario defendiendo su honor en un ring mediático acompañado de su abogado.

El efecto simbólico es contundente: mientras la nación buscaba visibilidad global, la narrativa interna recordaba que las fracturas del PRM se exhiben sin pudor y en los momentos menos oportunos.

Mi reflexión:

Un partido de gobierno que no logra disciplinarse termina proyectando desorden. Hazim podrá haber sentido la necesidad de aclarar su reputación, pero el momento elegido fue el peor posible. En política, el tiempo lo es todo.

El episodio confirma lo que ya se ha dicho: el PRM no necesita enemigos externos para desgastarse. Como suele ocurrir en la historia política dominicana, el poder se erosiona más rápido por dentro que por fuera. Y, en esta ocasión, quedó demostrado que hasta la ONU puede pasar a segundo plano cuando las pasiones y los egos internos deciden hablar más alto.