Una vez, una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga; ésta huía rápido de la feroz depredadora, pero la serpiente no pensaba desistir.
Huyó un día y ella no desistía, dos días y nada.
Al tercer día, la Luciérnaga paró y fingiéndose exhausta, dijo a la serpiente:
✨ Espera, me rindo, pero antes de atraparme permíteme hacerte unas preguntas.
🐍 No acostumbro a responder preguntas de nadie, pero como te pienso devorar, puedes preguntarme.
✨ ¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
🐍 No.
✨ ¿Te hice algún mal?
🐍 No.
✨ Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?
🐍 Porque no soporto verte brillar.
Análisis
La persecución implacable de la serpiente, extendida por tres días sin descanso, representa esa obstinación que a veces nos consume cuando fijamos nuestra atención en aquello que nos incomoda. ¿Cuántas veces hemos dedicado energía desmedida a perseguir o destruir lo que simplemente nos perturba, sin que represente una amenaza real?
Lo verdaderamente revelador ocurre en ese breve diálogo final. La luciérnaga, pequeña pero sabia, construye con sus preguntas un espejo donde la serpiente debe confrontar sus motivaciones. No existe hambre que satisfacer, ni amenaza que neutralizar, ni injusticia que vengar. El único motor de esa persistente cacería es la intolerancia ante el brillo ajeno.
Esta confesión desnuda una de las más oscuras verdades de la condición humana: a veces, lo que nos molesta del otro no es su error o su maldad, sino precisamente su virtud. Ese resplandor que ilumina las tinieblas y, de paso, evidencia nuestra propia oscuridad.
La luciérnaga no eligió brillar para incomodar a la serpiente; simplemente expresa su naturaleza esencial. Su luz no es ostentación ni desafío, es auténtica manifestación de su ser. Sin embargo, para quien habita en las sombras, cualquier destello puede resultar insoportable.
¿Cuántas veces nos hemos comportado como la serpiente, incomodados por el talento, la alegría o el éxito ajeno? ¿Cuántas otras hemos sido luciérnagas perseguidas, sin comprender que nuestro único "pecado" era brillar con luz propia?
Esta fábula nos invita a examinar ambos lados de la moneda: a reconocer cuando actuamos desde la envidia que corroe, y a comprender que nuestros talentos nunca deben apagarse por la incomodidad que puedan generar en otros.
El verdadero aprendizaje quizás resida en entender que el bosque necesita tanto de serpientes como de luciérnagas. Que la diversidad de nuestras naturalezas enriquece el ecosistema de la experiencia humana. Y que, en última instancia, cada uno debe honrar su esencia: ya sea deslizándose sigilosamente por la tierra o iluminando el cielo nocturno con destellos de esperanza.
La próxima vez que algo nos incomode profundamente, preguntémonos como la luciérnaga: ¿pertenece a nuestra cadena alimenticia? ¿Nos ha hecho algún mal? Y si las respuestas son negativas, tal vez sea momento de examinar qué sombras interiores se sienten amenazadas por esa luz.
Porque al final, el mundo no se empobrece por quienes brillan, sino por quienes dedican su energía a extinguir luces en lugar de cultivar su propio resplandor.