Nadie sabe con total seguridad cuándo empieza el Barça a jugar sus partidos desde que Hansi Flick aterrizara en Barcelona con un despertador en la mano y una biblia holandesa en la otra. El componente cruyffista de su obra es innegable, como lo es la anticipación con la que su equipo parece afrontar cada compromiso, preparándose mental y tácticamente mucho antes de lo que marca el calendario.
Enfrentando la catedral amarilla
Esta mentalidad resultó ser el modo correcto de viajar a Dortmund, de enfrentar a un rival y a un estadio capaces de sembrar el pánico como pocos escenarios en Europa. Todo en el Signal Iduna Park huele a ceremonia, a tradición: no existe un amarillo más amarillo que el de sus camisetas, ni un verde más verde que el de su césped. Flick, conocedor de este coliseo, habría insistido a sus jugadores en la importancia de mantenerse unidos: "entramos juntos, salimos juntos". En este tipo de partidos, sobrevivir también es una manera de ganar.
Un inicio en desventaja
El equipo de Kovac salió con el orgullo herido colgado del pecho, convirtiendo cada disputa en una declaración de principios ante su afición. Las imprecisiones del Barça (primero Araujo, luego De Jong, varias veces Lamine) dieron alas a un Dortmund que atacaba con determinación. Así llegó el penalti, con la defensa barcelonista asomada al precipicio y Koundé condenando a sus compañeros por falta de atención: gol de Guirassy, el gigante guineano.
Solo Gavi pareció rebelarse en los minutos siguientes, aunque sin claridad sobre si el camino hacia la solución pasaba por activar el modo rebeldía en esos momentos de agobio.
Intermitencia azulgrana
Curiosamente, el gol adormeció a los locales, permitiendo al Barça establecer posesiones más largas, generar algunos desmarques interesantes y perder menos balones. Más anestesia que veneno, una postura aconsejable en semejante tesitura de eliminatoria, pero que ya resulta antinatural en este equipo de pirañas. La mejor oportunidad para los catalanes la tuvo Koundé a pase de Frenkie de Jong, pero nuevamente le faltó un paso al defensa francés. Ambos equipos recibieron el descanso con aparente satisfacción.
Montaña rusa en la segunda mitad
La segunda parte comenzó peor que la primera para los azulgrana: dos paradas de Szczesny y gol del Dortmund a la salida de un córner con demasiada gente mirándose los pies. Fue entonces cuando, por fin, irrumpió el verdadero Barça en el partido. Koundé sacó el tiralíneas, Fermín picó a la espalda de los defensas y su pase tenso lo introdujo en su propia portería Bensebaini, reduciendo la ventaja alemana.
Con la entrada de Pedri en la sala de máquinas, el equipo recuperó tono, pulso y hasta color. Sin embargo, este conjunto muestra cierta tendencia a conformarse cuando no necesita imperiosamente ganar los partidos, lo que permitió el tercero de Guirassy, mientras los futbolistas parecían perdidos en soliloquios individuales. El agobio en los últimos minutos resultaba ya inevitable.
Lecciones para la vuelta
El Barça jugaba para confirmarle al mundo que está de vuelta y recordarse a sí mismo que competir por los grandes títulos siempre exige sacrificios. Aunque no todas las respuestas se encuentran en el marcador, los cuartos de final de la Liga de Campeones no son el mejor momento para hacerse demasiadas preguntas: las semifinales, antesala de la gloria, empiezan a jugarse mañana en el partido de vuelta.
Este partido en Dortmund ha mostrado a un Barcelona que aprende a sufrir, una cualidad imprescindible para cualquier equipo que aspire a lo máximo en Europa.