En una época donde las palabras viajan a la velocidad de un clic, donde los rumores pueden arruinar reputaciones en cuestión de horas y donde la desinformación amenaza con sepultar la verdad, una antigua historia atribuida a Sócrates resuena con renovada relevancia.
Cuenta la historia que un día, un discípulo se acercó apresuradamente al filósofo. Con evidente agitación, el joven manifestó que tenía algo urgente que contarle sobre uno de sus amigos. Antes de que pudiera comenzar su relato, Sócrates lo detuvo con calma.
"Espera," le dijo el maestro. "Antes de que me cuentes eso que parece tan importante, debe pasar por tres filtros. Si no supera alguno de ellos, quizás no merezca ser escuchado."
El discípulo, intrigado, asintió mientras recuperaba el aliento.
"El primer filtro es el de la verdad," explicó Sócrates. "¿Estás completamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?"
El joven dudó un momento. "En realidad, no lo sé con certeza. Lo escuché de otras personas…"
"Entiendo," respondió el filósofo. "Veamos el segundo filtro: la bondad. ¿Lo que vas a contarme es algo bueno sobre esa persona?"
"No, al contrario," admitió el discípulo. "Es algo bastante negativo."
Sócrates asintió pensativamente. "Queda un último filtro: la utilidad. ¿Lo que me vas a decir me resultará útil de alguna manera?"
El joven reflexionó y finalmente reconoció: "Probablemente no te sea de utilidad."
"Entonces," concluyó Sócrates con serenidad, "si lo que quieres contarme no es necesariamente verdadero, ni bueno, ni útil, ¿por qué debería escucharlo? ¿Por qué deberías siquiera preocuparte por compartirlo?"
Esta sencilla anécdota encierra una profunda reflexión sobre nuestra comunicación diaria. En un mundo donde la información circula sin filtros y los rumores se propagan a velocidad vertiginosa, la lección de Sócrates adquiere especial relevancia.
Cuando hablamos, especialmente sobre otros, rara vez nos detenemos a examinar nuestras palabras. ¿Estamos seguros de su veracidad? ¿Contribuyen a crear algo positivo? ¿Aportan valor real a quien las escucha?
Los tres filtros nos invitan a una comunicación más consciente y responsable. No se trata simplemente de hablar menos, sino de hablar mejor. Cada vez que transmitimos información sin verificar, difundimos críticas innecesarias o compartimos detalles que no aportan nada constructivo, nos convertimos en vehículos de una comunicación que empobrece nuestras relaciones y nuestro entorno.
Aplicar estos filtros no es siempre fácil. Requiere un momento de pausa, un ejercicio de autoconciencia que va contracorriente en nuestra cultura de la inmediatez. Sin embargo, ese breve instante de reflexión puede marcar la diferencia entre palabras que dañan y palabras que construyen.
La próxima vez que sientas el impulso de compartir algo, especialmente si involucra a otra persona, recuerda los tres filtros de Sócrates. Pregúntate: ¿Es verdad? ¿Es bueno? ¿Es útil? Las respuestas te guiarán hacia una comunicación más auténtica y valiosa.
Porque al final, como sugiere esta antigua historia, nuestras palabras definen no solo a quienes hablamos de ellos, sino principalmente a nosotros mismos.