En el universo cultural dominicano, pocas figuras encarnan la fusión entre creación, memoria y resistencia como Miguel D. Mena. Sociólogo, poeta, editor y custodio de la identidad urbana, Mena celebra cuatro décadas de labor editorial, un viaje que comenzó en los años 80 con libros artesanales y hoy se extiende a proyectos digitales que preservan el alma literaria del Caribe.
De Almario Urbano a Cielonaranja: Un editor en resistencia
En los turbulentos años 80, mientras Santo Domingo respiraba entre crisis y fiestas, un joven Miguel D. Mena fundó Almario Urbano, un sello editorial artesanal con libros mimeografiados y tiradas limitadas. Era una respuesta poética a la época: versos de la Generación de los 80, como los incluidos en La Poesía de la Crisis (1985), circulaban en parques y calles, desafiando la idea de que la literatura solo pertenece a las élites.
Tras graduarse como sociólogo en la UASD con una tesis pionera sobre poder y espacio urbano, Mena llevó su oficio a Berlín en 1990. Allí surgieron Ediciones del Jardín de las Delicias, donde rescató obras olvidadas como las de René del Risco Bermúdez y Juan Sánchez Lamouth. Pero su proyecto más ambicioso llegó en 1998: Cielonaranja, un portal y sello que digitalizó el patrimonio literario dominicano. Desde las Obras Completas de Pedro Henríquez Ureña (en 14 tomos) hasta archivos de Tony Capellán y Junot Díaz, Cielonaranja es hoy un faro de la cultura caribeña.
Académico y coleccionista: La ciudad como texto
Mena no solo edita historias; las descifra. Su tesis doctoral sobre el urbanismo colonial de Santo Domingo (Iglesia, espacio y poder, 2007) reveló cómo la arquitectura fue herramienta de dominación. Como curador de memorias, ha reunido postales, fotografías y objetos que narran la dominicanidad, exhibidos en espacios como la Academia Dominicana de la Historia.
De Villa Francisca al Parque de los Poetas
Nacido en 1961 en Villa Francisca, “Miguelín” fue un niño precoz que devoraba la Biblia y luego marxismo, militando en el Partido Socialista Popular. Su pasión por las letras lo llevó a presentar sus primeros textos en actos públicos, sorprendiendo a todos con su audacia. Hoy, esa misma pasión se materializa en las Fiestas del Libro que organiza en el Parque Pellerano Castro (o Parque Rosado), donde poetas como Homero Pumarol y fotógrafos como Jaime Guerra convierten la plaza en un salón literario al aire libre.
Legado y futuro: El guardián de las palabras
Con un Diccionario de las Letras Dominicanas en su haber y jurado de premios internacionales, Mena sigue siendo un puente entre generaciones. “Él nos enseñó que los libros no son reliquias, sino semillas”, afirma la poeta Carmen Imbert Brugal.
A sus 63 años, Miguel D. Mena no planea detenerse. Entre nuevas compilaciones y proyectos digitales, su labor es un recordatorio: en un mundo efímero, la cultura perdura cuando se comparte. Como escribió en Almario Urbano: “La tinta es resistencia, y la memoria, un acto de amor”.
—
Epílogo:
Cuatro décadas después, aquel joven que imprimía poemas en mimeógrafo sigue creyendo que las palabras pueden cambiar un país. Y en cada Fiesta del Libro, entre risas y versos, Santo Domingo le da la razón.
